Virtudes de la
Madre Georgina:
Humildad: “Para llegar con presteza a la perfección
de la humildad, jamás deben desearse los altos puestos, antes al contrario, los
más bajos y humildes, aunque para ello se sienta repugnancia: pues esto es muy
del agrado de Dios y de mucha edificación para los demás”. (N.S. pág.2.4)

Pobreza: la madre Georgina no quiso otra gloria que
la de servir a los necesitados, en condiciones en la que se veía privada hasta
de lo indispensable. Renuncio a todo y se dejó quitar todo. El
desasimiento de todo interés
mundano es un medio esencial para
conservar el bue espíritu que reclama la misión de la Hermana de la Caridad”.
(N.S. pág.10.2) Por ello siempre pudo
confiar en la providencia. Respondiendo al trabajo que siempre abundaba, junto
a la necesidad de salir a pedir limosna en la ciudad, para atender las
necesidades de los enfermos.
Castidad: en su juventud a la cabecera de su padre
enfermo dijo: “Señor, tu sabes que mi corazón te pertenece todo entero” aquí
revela esta alma elegida que su afecto estaba por encima de todas las cosas
humanas. Asi centrada en Dios siempre en todo momento busco cumplir la adorable
voluntad de Dios en el servicio al prójimo. La Madre Georgina no engendro
hijos, pero fue y será Madre espiritual. Amaba mucho a sus hermanos y
familiares, pero jamás entorpecieron su íntima comunicación con Dios. Con
inmensa ternura aconsejaba a las religiosas la vigilancia del corazón, por las
terribles consecuencias de los afectos no disciplinados diciendo” demos testimonio de prudencia
huyendo del peligro, de modestia conservando el recogimiento de los sentidos,
de humildad y amor fraterno, considerándonos siervas ante Dios y ante los
Hombres; de sobriedad, en el dominio propio, guardando tono nuestro afecto para
Dios, y toda nuestra bondad y ternura para el prójimo, especialmente para los
más necesitados” (N.S. cap.6.8.)
Esperanza: Toda la vida de la Madre Georgina estuvo animada por esta
virtud teologal. Era la constante de su vida, para animar a su amable
compañera, la Madre Julia, y a todas las hermanas, a darse sin medida, a la
empresa de alabar y glorificar a Dios por todo y en toda circunstancia.
Comprendió que su camino estaba sembrado de espina. Miraba al cielo a través de
sus lágrimas y decía a su querida Hna. Tadea: “Vale la pena esforzarse con la
esperanza de poseer a Dios y Salvar muchas almas.” En el desprecio y la humillación conservo la
serenidad y la paz. Su silencio interior, fue la señal de que llego a dominarse
a sí misma. Sufrir y callar, actitud en línea recta hacia la inmolación con
Cristo. Inmolación alegre y gozosa, con miras a hacer felices a las hermanas y
a los enfermos que tuvieron contacto con su deber. Para la Madre Georgina el
olvido de si, y el vencimiento del propio genio, era fundamental en la
Comunidad. Por eso escribe en las obras
de Santidad. “el dejarse llevar del propio genio es causa de los malos hábitos:
los cuales, una vez se arraigan en nosotras, se hacen difícil dominarlos, y asi
resulta costoso el vencimiento propio. La que aspira verdaderamente a
santificarse, debe empezar como lo recomienda nuestro Señor: “por negarse asi
misma.” (N.S. pág. 18.19)


Amor a la Cruz: Para ella la cruz era todo aquello
que la molestaba y contrariaba: enfermedades, cansancio incomodidades, fatigas,
pobreza….cruces en su espíritu: desprendimiento de sí misma, muerte de sus
seres queridos, incomprensiones, humillaciones, desprecios, preocupaciones, aceptación de sus propias
limitaciones, y flaquezas de los demás. Esa fue la cruz de la Madre
Georgina llevada todos los días: la
aceptación amorosa de todo lo que se le iba presentando ya previsto o
imprevisto. Asi pudo decir: “mi cruz es mi fuerza”. Su mayor preocupación al
regreso al hospital eran los enfermos. Se levantaba varias veces en la noche a
ver si alguno necesitaba un auxilio especial. Los atendía con esmerado cariño a
la hora de la muerte. Toda su vida estuvo orientada hacia la llamada de Jesús: Niégate
a ti misma. Comprendió que vivir en comunidad, coco a codo, sin negarse a sí
misma, era imposible. Es una ilusión pensar en que podemos vivir sin sufrir y
hacer sufrir, por lo menos inconscientemente. No podemos evitar todos los
choques, pues no somos ángeles. La vida religiosa exige renuncia y sacrificio.
La mayor prueba de amor a la cruz fue su conformidad a la voluntad de Dios, en
todo:
Ø Obedeció con humildad a la voz divina
Ø Fue fiel a sus compromisos con Dios y amor al
prójimo
Silencio y recogimiento: en sus normas para la
santidad al respecto escribe: Las superioras deben ser muy estrictas en la
vigilancia y guarda del silencio, tanto riguroso como ordinario. De la guarda
del silencio depende en gran parte, la paz y la tranquilidad de la casa, porque
de las conversaciones particulares e inútiles, no quedan solo intranquilidades
de conciencia, gran disipación de espíritu y muchos otros males. Mas su
silencio no alteraba jamás las reglas de cortesía y amistad a su debido tiempo.
Las cartas a sus hermanos dicen que siempre estaba contenta y disfrutaba de la
alegre jovialidad de la Hna. Tadea, su compañera fiel, quien siempre encontraba
motivos para hacerla reir y hacerle llevadera la cruz y la soledad.
Prudencia: Dejó normas de cultura y gentileza, en el
trato con las personas, especialmente en el trato de las Hermanas entre sí. “Tengan
presente que el peligro de faltar dejándose llevar por el
mal genio, se encuentra en el trato con las demás personas, para no perder el
mérito de las buenas obras y hacer perder a otras personas la paz del corazón,
es decir: sufrir y hacer sufrir” (N.S. pág. 19)
Fue prudente porque:
Ø Escogió los medios más eficaces de querer y obrar.
Ø Previo las dificultades y peligros.
Ø Acepto con humildad el triunfo y el fracaso
Ø Oriento todas sus facultades y fuerzas a cumplir su
misión, su carisma.
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